De pequeña me volví loca pidiéndoles
un perrito o un gatito a mis padres. Supongo que al igual que otros muchos niños,
llega un momento en el que todos queremos tener una bolita de pelo que brinque
por todas partes y nos dé besitos. Por suerte, lo único que tuve como mascota
fue un canario. Sí, por suerte, porque al crecer y madurar, te das cuenta de lo
feo que es regalar una mascota por cumpleaños o navidad. Una pequeña bolita de
pelo por la que se paga dinero en un negocio negro, una pequeña bolita de pelo
que llena de ilusión a los más pequeños. Una ilusión pasajera que se achica
cuantos más gastos va generando esa ya no tan pequeña bola de pelos que va ensuciando
y destrozando cada rincón del hogar. Al principio lo castigamos, a dormir al
patio. Luego viene un pequeño azote, y luego llega el día en el que como el
niño ya no le hace ni caso y los padres están cansados, la maldita bola de pelo
termina abandonada en el arcén de la carretera.
Creo que todo niño debería tener una
mascota en su vida, sí, pero una mascota adoptada. Una mascota que tenga una
historia personal, un animal al que pueda salvar. Tal vez esa sería una buena
manera de enseñar a nuestros hijos a amar, a sentir, a ayudar y a ser útiles en
la vida, no solo siendo solidarios con otros seres humanos, sino también con
otros seres vivos que aman y sienten como uno mismo. Porque comprar un perrito
es muy fácil, pero adoptar a un animal que tenga una historia particular y
salvarlo del corredor de la muerte es muy gratificante. Seguro que esa bolita
de pelo te lo agradecerá el resto de su vida, al igual que tus pequeños
agradecerán esa gran enseñanza.
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