Hoy es 8 de
marzo, día internacional de la mujer. Es curioso, justo ayer vi en las noticias
que habían instalado los polémicos “semáforos paritarios” en algún lugar de la
península. Se supone que se trata de un símbolo de igualdad, pero en realidad
es una tontería, y, como todo en España, se ha hecho mal y a medias.
El hecho de que las mujeres nos veamos representadas en un semáforo
por una silueta con falda no disminuye la discriminación que sufrimos cada día
en ámbitos mucho más importantes como el trabajo o nuestro propio hogar. Sí,
hay que erradicar los micromachismos, pero hay que hacerlo bien y hay que saber
cuáles son las prioridades reales. No por cambiar un semáforo se va a acabar la
lacra del maltrato y la desigualdad existente entre hombres y mujeres. Un
semáforo no va a evitar que un desgraciado le quite la vida a su expareja
delante de sus hijos.
En los baños
públicos siempre ha aparecido la imagen de la mujer con falda y el hombre con
pantalones. Es sexista, pero está normalizado. ¿Dónde está el cambiador para
bebés? ¿La silueta que atiende al niño lleva falda o pantalón? Eso es
micromachismo, y también hay que eliminarlo.
Hace algún
tiempo se abrió un debate en torno a nuestra lengua, que de por sí es machista.
Pero como siempre, se hizo mal y a la mitad, porque en España, las cosas se
hacen así. Mucha gente puso el grito en el cielo porque nuestro sustantivo
genérico es masculino, aunque incluye ambos géneros, tanto el femenino como el
masculino. Pero claro, feministas, políticos y otras personas aprovecharon e, insatisfechos
con el sustantivo genérico inclusivo, quisieron puntualizar siempre el género
femenino. En conferencias o actos de todo tipo, siempre se escuchaba a alguien
decir: chicos, y chicas, hombres y mujeres, todos y todas, etc.
Todo el mundo se centró en algo tan absurdo como eso, y dejaron de
lado la evidencia de que el machismo más grave y evidente en nuestra lengua
está en el hecho de que expresamos lo negativo con palabras y expresiones
relacionadas con la mujer o con sus órganos sexuales, esto es un verdadero
coñazo; y, por otro lado, expresamos lo positivo con palabras y expresiones
asociadas al hombre o a sus órganos sexuales, y esto sí que es la polla. Eso es
micromachismo y lo ejercemos todos los días.
En los baños y
los semáforos la silueta de la mujer seguirá teniendo falda, y el hombre será
quien lleve los pantalones y seré yo, mujer, quien tendrá que seguir
cambiándole el pañal a mi hijo, solo porque el maldito cambiador está en el
baño de mujeres y no en el de hombres para que su papá pueda hacerlo.
Pero somos
nosotras, nosotras somos las que tenemos que abrir los ojos, las que tenemos
que luchar, las que tenemos que extender los brazos y abrir las manos para
parar a esa sociedad que se nos echa al cuello cada vez que hacemos algo mal.
De hecho,
tenemos que tener cuidado siempre, con todo lo que hacemos, lo que decimos.
Incluso, tenemos que tener cuidado y elegir bien cómo morirnos. Sí, porque no
podemos morirnos con nuestras amigas, de noche, en la calle, por no dejar que
un hijo de puta nos meta mano. Eso no lo podemos hacer. ¿Quién se acuerda ya de
las dos chicas que perdieron la vida apaleadas como animales la semana pasada?
¿Alguien recuerda si quiera sus nombres? Ya ha pasado a ser sólo un caso más.
¿Qué les pasó? Que les reventaron la cabeza a palos por no dejarse meter mano.
¿Y luego? Pues todo el mundo las culpó. Es normal, ellas se lo buscaron, eran
dos chicas guapas, jóvenes, mayores de edad, habían salido, de noche, y estaban
solas. ¿Solas? ¿Cómo que solas? Eran dos personas juntas. Sí, pero eran dos
chicas, así que estaban solas. ¿Solas? ¿Pero qué diablos les hacía falta para
no estar solas? Adivina. Parece que para que no nos violen, nos insulten o nos
apaleen hasta la muerte, debemos ir bien tapadas, quedarnos en casa, no salir
tarde y mucho menos solas, pero no vale salir con una amiga, ni con un grupo de
amigas, sino con un hombre que nos defienda y nos proteja.
Nunca me canso
de decirlo: Tú, yo y mucha gente a nuestro alrededor somos hipócritas, como
buenos españoles. Tú, yo y mucha gente a nuestro alrededor condena y critica la
lacra del machismo y el maltrato. Pero tú, yo y toda esa gente de alrededor ha
fomentado la discriminación muchas veces, y hablo de casos de discriminación de
padres a hijos, incluso cuando éstos aún no han nacido. Espera, con padres, me
refiero a madres y padres, por si hay alguna feminista leyendo y quiere que lo
puntualice. Antes de que el niño nazca los papás están deseando saber el sexo
del pequeño para decidir si lo compran todo azul o rosa.
¿Es niño? Pues carrito azul, bolso azul, ropita azul, habitación
azul y tenemos a un gran campeón que es el rey de la casa. ¿Es niña? Pues
carrito rosa, bolso rosa, ropita rosa, habitación rosa y tenemos una pequeña y
preciosa princesita en la casa. ¿Acaso eso no es discriminación? ¿Eso no es
sexismo?
Con los dibujos animados que ven nuestros hijos pasa lo mismo, hay
dibujos que son de niñas y otros que son de niños. Cuando se
hacen un poco más mayores la situación empeora con los juguetes. Los anuncios,
los catálogos y las tiendas clasifican los juguetes dependiendo del sexo.
Encontramos pasillos azules llenos de juguetes para niños, todos asociados o al
trabajo o a la violencia, figuras de acción, coches, herramientas, etc; y pasillos
rosas llenos de juguetes para niñas, asociados, como no, al cuidado de la casa
y la crianza de los niños: muñecas, cocinitas, artilugios del hogar, sets de
maquillaje, etc.
Y si a tu hijo se le ocurre pedir que le compres una muñeca
preciosa con su vestidito rosa a juego, tranquilo, ya está ahí toda la familia
y la sociedad para recordarle que no, que eso es de niñas, que no sea maricón, que
se va a afeminar, que no sea un ñanga, que los demás se van a reír de él, que
los niños tienen que jugar con balones de fútbol, con camiones y figuras de
acción. ¿Y a la inversa? Uf, cuidado, no le des un balón de fútbol a la niña
que se hace una machona y luego se vuelve bollera. No te extrañes si lo
escuchas, porque está arraigado en nuestra sociedad, lo normal es que un niño
juegue al fútbol y una niña cuide a una muñeca.
Así, los niños y las niñas crecen separados y avanzan por un camino
ya delimitado con barreras desde antes de su nacimiento. ¿Entonces? ¿Cómo
pretendo yo, mujer, que mi marido me ayude cuando llega a casa de trabajar? Eso
es de niñas, eso es de mujeres. Eso me corresponde a mí, que soy la que jugaba
con muñecas y cocinitas de pequeña, ¿no? Yo soy mujer, y mi papel y mi destino
es encargarme de la casa, estar guapa para mi chico y criar a mis hijos. Es
como si él pretendiera que yo me pusiera a trabajar, qué estupidez, ¿no? Eso le
corresponde a él, que es quien lleva los pantalones y trae el sustento a casa.
Está en nuestras manos la decisión de abrir los ojos y cambiar
nuestra conducta, podemos decidir regalar algo marrón, lila, verde, amarillo,
naranja o de cualquier otro color cuando nace un nuevo ser. Podemos elegir ser
tolerantes y comprar juguetes no sexistas. Podemos elegir cómo educar a
nuestros hijos y ser un ejemplo para ellos consiguiendo que crezcan en igualdad
y aprendan a tolerar y respetar a los demás.
Las conductas y
costumbres, son las que dificultan la erradicación del machismo, porque son las
que derivan en machismo, las que lo provocan, las que lo promueven y
fortalecen, la educación de nuestros hijos es clave incluso antes de su
nacimiento. Pero también la nuestra. Debemos educarnos a nosotros mismos para
tomar conciencia y salir de ese círculo vicioso de errores que cometemos una y
otra y otra vez, creyendo cada año que hemos avanzado sin darnos cuenta de que
no por poner una silueta con falda en un semáforo está todo solucionado.
Así que espero
que entiendas, tanto tú como los políticos y los que hayan decidido poner la
silueta de una mujer, eso sí, con falda, en los semáforos, que me parece algo
absolutamente absurdo, hipócrita e inútil. Es como querer hacer algo por el
mero hecho de que la gente vea y sepa que tú has hecho algo, aunque en realidad
no haya servido para solucionar absolutamente nada.
La mujer que cruce un paso de peatones con sus enormes gafas de sol
tapando un ojo morado, no se va a sentir mejor por ver su silueta representada
en un semáforo, es más, probablemente se cagará en la madre que parió al lumbreras
que tuvo esa lamentable idea y se gastó el dinero en esa gilipollez, en vez
de invertirlo en las asociaciones que
luchan contra el maltrato y que carecen de recursos suficientes para apoyar a
esas mujeres que, por no tener una alternativa habitacional para ellas y sus
hijos, siguen durmiendo con el monstruo que acaba con sus vidas cada día, hasta
que al final pasan a formar parte de esas cifras anuales, de esos telediarios
en los que las nombran y lamentan su muerte tras narrar los hechos, en los que
repiten ese famoso número, 016. Pero no dejarán de ser mujeres, con hijos,
con padres, con hermanos, con familia y
amigos.
Mujeres cuyos nombres, después de las noticias y los funerales, se
vuelven anónimos y pasan al olvido, menguando, todavía más, empequeñeciendo,
desapareciendo, hasta convertirse en algo tan insignificante como una simple
cifra.
8 de marzo by Laura Zerpa Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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